Opinión de Leonardo Rolón
La construcción del edificio propio del Profesorado Ángel Cárcano de Reconquista es mucho más que el acomodo adecuado de ladrillos, hormigón, chapas y vidrios. Se trata sin dudas de uno de los anhelos más importantes de todo el norte santafesino.
Son más de 3.000 los alumnos que en la actualidad pasan diariamente por cuatro instituciones educativas, perdiendo la pertenencia institucional y generando una división innecesaria entre los que están en uno y otro lado.
Representan más de 3.000 sueños compartidos. Funcionan como una misma idea colectiva que busca mejorar la educación con todas las distintas formas que conforman uno de los colectivos más heterogéneos conocido.
Aquí llegan chicos que terminaron la secundaria en escuelas rurales y que pisan por primera vez lo que ellos consideran una ciudad grande y tienen que afrontar todo lo que significa el desarraigo de sus localidades y la primera emancipación real del nido hogar.
El profesorado es uno de los institutos terciarios más calificados de la provincia y el país. No se conoce gente alguna que pueda criticar el conocimiento acabado de los egresados de esta casa de altos estudios.
Los que ahora son docentes, y que están repartidos en todo el país, pueden dar fe de esta afirmación pero además pueden demostrar con los hechos que en este profesorado, además de enseñarse los conocimientos básicos que representa la formación también se aprende solidaridad. Y ese es el caso, solo por citar uno de Patricia Rolón.
Esta mujer que estaba estudiando Ingeniería Agrónoma y que tras quedar embarazada, y abandonada por su pareja, debió abandonar los estudios decidió seguir la carrera de Profesora de Biología. Ahora, a días de jubilarse, está dando clases en una pequeña localidad de Formosa donde vive en carpa (no hay viviendas porque es una comunidad aborigen en medio del monte) y forma allí a jóvenes aborígenes y criollos del norte del país.
Para poder llegar hasta ese lugar, esta profesora debe tomar un colectivo que la deja a más de 20 kilómetros de su trabajo y realizar ese trayecto a pie. También lo debe hacer cuando llueve y el camino es solo barro.
Sus hijos están en otro pueblo. Los adolescentes aprendieron a vivir solos y cuidarse entre sí porque también el marido de esta profesora trabaja en esa zona inhóspita. “Es una decisión de vida”, remarcó en más de una oportunidad, y el solo hecho de saber que solo ve a sus hijos los fines de semana y cuando el Bañado La Estrella no crece (porque si crece no hay forma de salir porque se corta el camino), nos convencemos completamente.
Patricia salió del profesorado de Reconquista, donde claramente aprendió el valor de la profesión pero más aún el valor de la solidaridad y la entrega por la escuela pública. Historias como estas debe haber miles, pero prefiero dar el testimonio más cercano a mi: el de mi madre.
Por eso la construcción del edificio propio del profesorado no es solo el hecho de apilar materiales, es la construcción de sueños compartidos que tendrán como objetivo común la construcción de una educación mejor.