El espacio que aglutinó el macrismo en la provincia asiste a un proceso de ruptura. Difícilmente los radicales persistan en esa alianza con una derrota nacional que dan por descontada y con dirigentes del PRO sin liderazgos marcados y con conflictos internos.
En política, los ciclos de victoria y derrota desatan efectos fuertes. Si cada proceso electoral encumbra unos espacios y derriba otros, el que acaba de ocurrir en Santa Fe implica el muy probable final de la experiencia de Cambiemos en la provincia. La fuerza que localmente estuvo dos veces a punto de llegar a la Casa Gris asiste a un proceso de ruptura. Esta no aparece tanto asociada a lo que hagan los propios dirigentes macristas santafesinos, que aparecen enfrentados en pujas indisimulables, sino a lo que decidan otros. Por primera vez los socios radicales tienen el futuro de la alianza por el mango.
Para Cambiemos haber salido terceros en la provincia significó un fuerte revés que estuvo no obstante entre las previsiones esperadas. Pero la categórica derrota a nivel nacional del 11 de agosto fue un golpe imprevisto que demolió las proyecciones hacia lo inmediato. El radicalismo santafesino es, desde el final del usandizaguismo, un partido alejado de las chances de controlar el poder real pero que mantuvo su vida institucional doblándose, contra lo que dice su marcha, en coaliciones a las que aseguró gobernabilidad sin ejercer el liderazgo. Sus dirigentes apostaron a perdurar desde el poder territorial de algunas comunas y con los cargos que les garantizaban, en dos ventanillas, sus aliados del Frente Progresista y del PRO.
Pero ahora que ninguno de esos dos espacios será gobierno tener una pata en cada orilla perdió lógica estratégica. Eso hace que para los radicales santafesinos la reunificación tenga sentido. El camino de ese reagrupamiento se empezó a ver con la reunión del viernes pasado entre el senador Felipe Michlig y el intendente José Corral.
Los dos dirigentes hicieron todo para mostrar ampliamente ese encuentro de dos participantes de espacios distintos hasta julio pero con el lazo aglutinador de su común pertenencia al radicalismo. Michlig había ganado en San Cristóbal impulsando en ese departamento la victoria del Frente Progresista. Corral dejará en tres meses su cargo en la intendencia santafesina con un caudal de votos en la provincia con los que después de su revés interno salvó la ropa. Ahora uno y otro mostraban ese afán de reagrupamiento que no sólo viene de la identidad partidaria compartida. También de que uno y otro estuvieron tributando a alianzas que al salir derrotadas deben gestionar el mejor lugar para la sobrevida.
El Frente Progresista conservó la figura del gobernador Miguel Lifschitz como un posible aglutinante de la oposición venidera. Su holgado triunfo le garantizó el ingreso de 28 diputados a esa alianza entre los que hay sin embargo una mayoría de radicales. Rondar este polo sigue siendo, entonces, un interés lógico para los radicales frente a un entrante gobierno peronista.
Para los radicales en Cambiemos permanecer en esa opción reviste escaso sentido, cuando ese espacio cederá el gobierno nacional, salió tercero en la provincia y tiene casi nula representación fuera de las dos mayores ciudades provinciales. La perspectiva radical de reconstruir la unidad partidaria supone al mismo tiempo demoler al macrismo santafesino.
Los referentes históricos más fuertes en la breve vida del PRO en Santa Fe son dos figuras que ya no tienen cabida en ese espacio. La llama política de Miguel Torres del Sel expiró en 2015. El futuro de Corral, como lo rubrica su encuentro con Michlig, está en otro lado.
El tercer dirigente destacado del espacio, Federico Angelini, que encabeza la lista de diputados nacionales, parece tener hoy más desventajas internas que votos. Por un lado porque su principal sostén, Mauricio Macri, está en complicada retirada. Pero además porque su predicamento en el Concejo Municipal de Rosario, donde Cambiemos conserva nueve bancas, está en entredicho. De los ediles entrantes allí cuatro (Roy López Molina, Renata Ghilotti, Agapito Blanco, Marcelo Megna) no le responden. Una es una dirigente radical, Daniela León, con los ojos fijos en lo que en lo inmediato haga su partido. La proximidad actual de los cuatro restantes (Charly Cardozo, Alejandra Rosello, Germana Figueroa, Anita Martínez) se pondrá a prueba a partir de esta dispersión.
Tampoco tiene destino de unidad como bloque el de los cinco diputados provinciales electos por Cambiemos. Hay dos de exclusivo paladar PRO que son Gabriel Chumpitaz y María Ximena Solá. De los tres restantes dos son radicales: Alejandro Boscarol, aliado de Corral, y Julián Galdeano, presidente de la UCR, que solo responde a sí mismo. Sebastián Julierac pertenece a la Coalición Cívica y hará lo que ordene Elisa Carrió.
El devenir de Cambiemos no depende de la voluntad de los referentes de cuño macrista, sino de lo que hagan los radicales, que ya dieron una transparente insinuación de que buscarán la reintegración de sus dispersas partes en su propio partido, que en la provincia desde 2015 hicieron acrobacia en dos alianzas.
El equilibrismo de la rosca tiene como límite la imposibilidad de seguir colgado de dos espacios perdedores. En el mismo radicalismo admiten que desde el justicialismo los contactaron para proponerles abandonar la sociedad con el socialismo. La oferta fue darle la espalda a Miguel Lifschitz, que tras encabezar la lista de diputados provinciales ganadora buscará la presidencia de la Cámara baja, y colocar en ese lugar a un radical con apoyo de los bloques justicialistas con sus aliados. Algunos de los convidados le contaron del convite al actual gobernador lo que sugiere haber desbaratado una acción que el PJ ya concretó con éxito con uno de los suyos en 2011, cuando evitaron que la más votada, María Eugenia Bielsa, presidiera la Cámara de Diputados.
En política nunca se puede dar a nadie por difunto. Pero en esta coyuntura de derrota en la provincia y casi segura derrota nacional la ruptura de Cambiemos es un hecho. Lo que se proyecta como radicalismo unido es la losa sepulcral para ese espacio que en Santa Fe el macrismo pudo unir pero ahora, en su momento crepuscular, ya no puede.