Se lo confirmó el hijo de Ward a Ezequiel Martel, hijo de Rubén Martel, piloto oriundo de Reconquista que estaba al mando del Hércules cuando fue derribado.
Derribo y muerte: una historia que nos marcó
El fatídico 1 de junio de 1982, Ward, a bordo de un Sea Harrier, fue informado por un buque inglés sobre la posición del Hércules argentino. Al interceptarlo, el soldado lanzó un misil que impactó en el ala izquierda del Hércules. Sin embargo, al no derribarlo, lo acribilló con los cañones de su avión. La aeronave cayó al mar, desintegrándose y causando la muerte instantánea de los siete tripulantes.
Ese día, la tripulación argentina realizaba lo que se denominaba «vuelos locos», misiones arriesgadas que implicaban volar a tan solo 15 metros sobre el mar con los instrumentos apagados para evitar detección por radar. Posteriormente, debían ascender rápidamente, encender el radar para detectar al enemigo y luego descender en picada.
Como se sabe, estas maniobras fueron necesarias después de que la Armada Argentina retirara del servicio a los aviones de exploración Neptune, obsoletos para la época, obligando a los Hércules a asumir este rol de exploración improvisado.
En ese contexto ocurrió la tragedia. Nuestro Rubén Martel perdería la vida, junto a seis compañeros.
El reencuentro de Ezequiel Martel con los restos del Hércules
El 14 de marzo de 2017, 35 años después de la muerte de su padre en el conflicto de Malvinas, Ezequiel Martel encontró restos del Hércules C-130 en la isla de Borbón. Tras estudiar minuciosamente los detalles del avión con la ayuda de mecánicos aeronáuticos, identificó un código en una llanta del tren de aterrizaje que confirmaba que pertenecía al TC-63, el avión que su padre tripulaba.
Es que Ezequiel no conoció a su padre porque tenía 7 meses cuando Rubén fue a batallar a Malvinas. La última vez que se tomaron una foto juntos fue en el verano de 1982 en Pinamar… y el joven necesitaba reconstruir su historia familiar.
En 2015, Ezequiel pasó una semana en las Malvinas, un viaje motivado por su pasión por el surf. Sin embargo, el viaje verdaderamente significativo ocurrió en 2017, cuando se dirigió a la isla de Borbón.
«Sabía que el avión de mi padre había caído a unos 70 kilómetros de la costa de esa isla y quería surfear allí», comenta Ezequiel. En 1983, un año después de la guerra, restos de aviones llegaron a las costas de la isla Borbón, lo que le hizo sospechar que podían ser partes del Hércules.
Para confirmar su corazonada, pasó meses en la Brigada de El Palomar, hablando con mecánicos especializados en esos aviones para aprender cómo identificar los restos.
Decidido, Ezequiel partió hacia la isla de Borbón. Allí lo esperaba Rick, un residente local. El 14 de marzo, Ezequiel caminó por la playa y encontró una llanta con amortiguador.
«En el borde de la llanta había un código. Le saqué una foto y se la envié a los mecánicos. Era el código del avión de mi padre, el TC 63», relata Ezequiel, reviviendo la emoción de ese momento.
Me lloré la vida. Todo lo que no lloré en años lo hice ese día. Escribí los nombres de los siete tripulantes en una parte de los restos y me volví caminando sin poder volver la mirada hacia atrás. Ese día finalmente me pude despedir de mi papá”, admite el hijo de Rubén.
Ezequiel tomó la tabla y se metió al mar. En la mano llevaba el escudo del Escuadrón Hércules atado a una piedra. Surfeó. Gritó “63” (el número del avión) y arrojó el escudo al mar. Asegura que en ese instante vio a siete albatros sobrevolarlo. Nadie le saca de la cabeza que algo tenían que ver con aquellos tripulantes del Hércules.